martes, 29 de noviembre de 2011

Pura descarga


No me puedo dejar ser, no me puedo dejar ver, tampoco escuchar, tampoco sentir. Ya todos están encerrados en sus casas.
Camino solo por la calle, por la noche; pienso solo, pienso mal. Vivo equivocado, vivo encerrado en una calle angosta a la que el aire llega contaminado de angustia.
Las luces de los edificios son soles arriba de mi cabeza, son estrellas a las que no puedo alcanzar, a las que por poco puedo mirar sin entender mi impotencia y mi pequeñez. Sigo caminando entre los rascacielos que me rodean, que habitan personas tan iguales a mi y a la vez tan distintas.
¿Como pueden ellos divertirse tan fácilmente? Esa es la pregunta que más pesa sobre mi pecho. ¿Porqué merezco yo sufrir el aburrimiento del saber, mientras ellos se divierten con la ignorancia como nenes en una pileta de verano? Tan fácil es para ellos la diversión; tan fácil como tomar un control, encender el televisor, reírse, apagar el televisor, enojarse y luego dormirse. Es todo lo que necesitan.
Habrá alguna tuerca fallada en mi mente que me aleja de la facilidad, de la felicidad. Necesito complejidad, necesito desentender mientras entiendo, necesito alejarme de la simpleza, abrazar una grandeza superior a mi débil ego, correr con las manos al frente para atrapar un horizonte que nunca estará más cerca de mi. No puedo palpar mi existencia tan a gusto como lo hacen muchas de estas personas. Todos saben que esta bien, que esta mal, que divierte, que deprime, que castiga, que reprime, que vuela y que nada. Pero yo, apenas un punto ínfimo, por alguna razón quiero más que eso. Y nadie me lo puede ofrecer.
Me resulta fascinante con que sutilidad lloran todos para divertirse. Sus lagrimas están a su disposición como juguetes para los niños. No les cuesta sonreír, llorar, reír, enojar, odiar o amar, porque sus emociones son puras ilusiones, son puros juegos. Me pregunto en que punto en mi infancia habré dejado de jugar con mis juguetes. En que momento habré perdido ese gusto de tener en mi mano la felicidad comprada por mis padres. ¿Lo entenderán ellos algún día? ¿Me entenderán a mi?
Escribo esto por pura indignación, pero no de esa especie de indignación brutal, animal, salvaje, llena de emociones. No tengo más posesiones de esas virtudes. Mi indignación es anciana, lenta, directa y callada. Puedo hablar de horrores o de bellezas sin que se prendan llamas en mis pupilas. Soy tan joven y ya perdí tanta vida. Me la quite yo mismo. Con cada libro que abrí con mis manos, con cada canción que escuché a gusto; así fui perdiendo latidos.
No los odio. Los amo como un padre debe amar a sus hijos. Los miro con fascinación mientras juegan con sus vidas, de la misma forma que mi padre alguna vez me habrá mirado jugar con mis juguetes en alguna plaza. Pero me causan tanta pena, tanto rencor y envidia, me causa tanta impotencia cargar con la responsabilidad de mi propia vida, de cargar con el saber y con la conciencia, mientras ellos pueden correr libres como los pájaros. Pensándolo bien, eso también debe ser un sentimiento de padre, el de sentirse reemplazado por los éxitos de sus hijos, el tener que ver como el hijo se divierte con cosas que una vez eran su propia diversión en el mundo. Pero no los culpo; yo fui el que dejó tirados mis juguetes en la arena, no puedo culparlos por haberlos agarrado.
Y si bien es inútil escribir todo esto, y es totalmente absurdo pensar que la expresión de estas ideas me traerá algún beneficio, supongo que es solo un intento más entre muchos otros que haré en mi vida para poder algún día caminar por las oscuras calles como anciano tranquilo, sonriente y quizás hasta feliz.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Su ultimo fuego

Y fue ahi, al arder entre las llamas, cuando Julian se arrepintió.
Cuantas veces había deseado aquella muerte, cuantas veces había insultado la insistencia de sus pulmones por seguir respirando, cuantas veces había golpeado su pecho para tentar la perseverancia de su corazón. Y sin embargo, su boca no pudo ni quiso callar aquel grito de dolor al contacto con el fuego que lo rodeaba.
Miró hacia arriba para escapar el paisaje del infierno. Ahí, arriba, vió el humo que cubría como una manta gris al oscuro cielo que cubría a Buenos Aires. Entre el humo, a causa del increible dolor producido por el fuego, o quizas por un deseo de volver en el tiempo para no caer en aquella muerte horrorosa que lo esperaba, comenzó a divisar imagenes, colores y sonidos.
Su mente le presentó en el humo una guitarra. La mano de un hombre cuya figura era tan vaga como lo era el mismo humo, rasgeaba las cuerdas a un ritmo lento, hipnotizador, o dicho de la forma en que la pensó Julian en el mismo momento: "Hermoso". La musica fluía del instrumento como un río azul, las notas nadaban suavemente con elegancia hasta llegar a los oidos del hombre, hasta besar sus timpanos con dulzura. Aquellos sonidos que en su niñez, lo hacían dormir hasta despertarse por el primer rayo del sol. Julian notaría, momentos antes de que su corazón dejara de bombear, la ironía del ciclo de su vida: Aquellas notas que de niño lo acompañaban al cerrar sus ojos, ahora harían lo mismo, acompañandolo a su ultimo e infinito sueño.
La guitarra comenzó a desparecer, y en su lugar apareció el paisaje de un bosque atravesado por un lago. En aquel paisaje, los unicos sonidos provenían de una cascada. Los animales que lo habitaban parecían comprender aquel sonido, parecían vivir gracias a él. Sobre el bosque se desplegaba un cielo azul, vacío de nubes. Asi recordó Julian la vez en que su padre lo había llevado a un lugar de los mismos rasgos. La felicidad que había sentido en su infancia al recordar su estadía allí, ahora resurgía en Julian, haciendo que sobre sus ojos se desplegaran manantiales de lagrimas. Pero ya esas gotas no podían apagar el fuego, su destino estaba sellado.
De nuevo la imagen se transformó en otra. Ahora aparecía allí, en el humo, un libro verde cuyo titulo Julian no podía descifrar.Ese libro contenía infinitos textos de infinitos autores. Pero ya era demasiado tarde, Julian nunca lo podría leer. Nunca podra revelar los secretos que guardan aquellas hojas, escritas en un tiempo que aun no fue pensado, porque ya las llamas las han alcanzado.
El libro despareció. El fuego seguía consumiendo su cuerpo con indiferencia, o quizas hasta con ira. Aquel fuego deseaba que Julian lo apagase, que lo mandara de nuevo a su sueño hasta tener que revivir en el accidente de algun otro pobre diablo. Pero Julian no podía apagarlo, y por ello, el fuego lo castigó.
En su ultima exhalación recordó como, tan solo 5 minutos antes, había gritado "¡Odio al mundo! ¡maldigo el día en que nací! ¡Quisiera que las llamas del infierno me tragaran!".
Julian nunca pudo saber que aquellas llamas "infernales", fueron producidas por la caida de su ultimo cigarrillo dentro del tacho de cocina. Lo unico que supo al cerrar los ojos era que su odio, ardiendo con igual vehemencia que el fuego, fue lo que lo consumió.

viernes, 7 de octubre de 2011

Tu sonrisa en la carcel

Vos tambien estas atrapado. Estamos todos compartiendo una carcel que somete nuestros colores a la tortura de una luz blanca. Le han quitado los parpados a nuestros sueños para que nunca más podamos escapar a la sonrisa de los carceleros. Acabas de entender que, al igual que yo, sos apenas un hombre más que gira nervioso en su cama, apenas un dedo que intenta moverse antes de ser amputado. No tenes lagrimas que enjuagen tus mejillas, solo sentis la saliva escupida por las risas de tantos parasitos que reclaman ser leones.
El dia de tu nacimiento, ya han plantado una tumba con tu nombre: "Uno más. Más que nadie. Menos que nosotros". Tus dueños te dan sus manos para que camines con ellos a la par, pero si te atreves a caminar erguido, te haran recordar el verdadero proposito de sus palmas. "¡Ningun pecho más inflado que el nuestro! ¡todos aspiraran cuando nosotros hayamos exalado!".
Tendras que esperar. Todos tendremos que esperar. Cuando rebalsen las copas de vino de estos hipocritas nos enfrentaran a todos por cada gota caida. Saqueamos nuestra sed con sus mentiras para poder llorar verdades. Comemos una semilla que nos es dada por aquellos que cosechan nuestros frutos.
Todos los mendigos arrodillados somos iguales. Los cielos ríen y dicen: ¿No querían ustedes igualdad? , y nosotros miramos fijo a la arena con la cabeza gacha, nuestras espaldas encorvadas y nuestras rodillas gastadas.
¡Pero vos no ves las rejas! ¡No ves el desierto, no escuchas las risas de las nubes, no sacudis tu cara frente al escupitajo de tus padres! Vos marchas de tu casa enrejada al encierro de tu oficina, y al llegar la hora, luego de una ultima bofetada, volves a morirte en tu celda para revivir al dia siguiente.
Seguí viviendo en una prisión que levanta su bandera por las mañanas, seguí decorando tu mente con tiburones que saludan desde el pedestal. Seguí rezandole al sol, pero cuidate de no mirarlo fijo, te quedaras ciego.
Te convirtieron en una estatua de payaso, una roca sin palabras que debe admitir cualquier movimiento de su escultor. ¿Que pasara cuando por las calles rueden cabezas de estatuas? ¿Seguiras sonriendo? ¿Buscaras otro escultor?
No insistas en taparte los ojos, ya sabemos que la luz es fuerte. No te escondas más bajo las mantas de tu asesino. Aunque te creas vivo, en esta tumba, vos tambien estas atrapado.

martes, 16 de agosto de 2011

(No) Despertar


Mi alarma me despertó, pero la apagué y me volví a acostar. “¡Despertate!” me gritan desde la otra pieza. “¡Anda al colegio y estudia!”
Supongamos, pienso mientras ahogo mi cabeza en la almohada, que mañana me despierto a tiempo, y estudio.

¡Si! A partir de mañana, voy a llevar a la escuela una mochila pesada, sin ningún escrito grosero, llena solo por cuadernos que usaré para anotar al pie de la letra lo que digan mis profesores. Cuando salga de mi casa, silbaré una canción que escuché en la radio esa mañana, y la gente me mirará y se unirá a mis silbidos.
Sacaré mis viejos posters de la pared y los cambiaré por una foto de algún equipo de fútbol reconocido, probablemente el que esté ganando en el momento. Me memorizaré los alegres cantos de mi nuevo equipo, y consideraré a los demás equipos como enemigos mortales, a los que la muerte sería un castigo justo por no compartir mis colores.
Conseguiré una novia, la más linda de las chicas del colegio, claramente de mi misma religión, y la preguntaré que sabe sobre la vida, a lo que ella responderá “casi nada” con una sonrisa, desabrochando otro botón de su abrigo para mostrar con más detalle sus senos que se ven casi por completo a través de su escote. Al mes nos llamaremos “novios”, a los tres meses nos diremos “te amo”, y a los cinco meses terminaremos la relación.
Voy a terminar la secundaria con notas no del todo extraordinarias. Cuando me pregunten sobre historia, matemática o filosofía, frunciré el ceño tratando de recordar, y al cabo de unos minutos declararé con una sonrisa pícara “no me acuerdo, hace mucho que lo vimos”.
Me haré creyente de alguna religión, al menos lo suficiente para diferenciarme y saber de donde vendrán mis castigos y mis regalos, y discriminaré como pasatiempo a aquellos que encontraron su felicidad fuera de mis instituciones.
Claramente, ya estaré anotado en una universidad que me enseñe como conseguir más dinero y sonreír y dar una educada palmadita sobre el hombro de los pobres. “No te preocupes, las cosas van a salir mejor” será mi lema.
Al terminar mis estudios universitarios, conseguiré a través de algún amigo (probablemente el que menos plata me haya pedido en nuestros años de amistad) algún trabajo que pagué bien y que ofrezca varios ascensos para poder contarles a mis padres sobre mi nueva posición en el trabajo. Allí tendré una hermosa secretaria con el pelo atado. Después de años de sexo, escondidos en mi oficina, le pediré casamiento y ella aceptará.
Cuando empiece a perder la figura de la que tanto me enamoré, y ya me haya dado un hijo, empezaré mis encuentros con su mejor amiga. Antes de salir a la casa de mi amante, besaré sobre la grasosa frente a mi mujer, le sonreiré (mientras por dentro me estaré riendo de todo mi mundo secreto), y ella me responderá con esa misma sonrisa que en mi ausencia le dará al plomero antes de preguntarle si “quiere quedarse para un té”.
Me pasaré mis días entre la oficina y mi amante, y a las noches volveré a casa para entregarle un nuevo juguete al niño cuya cara desconozco, y antes de dormirme al sonido de nuevas noticias sobre robos y asesinatos en mi lujosa ciudad, prepararé una tasa de café para poder recomenzar mi día, energizado por la cafeína, a las siete de la mañana.
Cuando ya no pueda ocultar mis canas y mi barriga entre trajes caros y peinados moldeados que sacaré de las revistas, tendré que jubilarme. Mi mujer, que tanto se habrá esforzado por años ocultar sus blancos cabellos con tinturas de variados colores, se rendirá.
Mi hijo seguirá mis exitosos pasos, desde mis estudios, mis amantes y mis trabajos, y yo seré para él lo que es una figura en el diario, un hombre reconocido y a la vez completamente indiferente en su vida.

Y así, como una llama insignificante, apareciendo y desapareciendo a través de la apertura del encendedor según el deseo del fumador, mi mente se apagó y toda esa vida ya pasó y nunca existió, en menos de un minuto. Una vida alabada a mis alrededores y una pesadilla en mi cama.
Me siguen gritando que vivo durmiendo,
pero si hasta ahora viví durmiendo, si hasta ahora viví soñando, es que un sueño es más real que todas estas mutaciones de placeres, muertes en vida, y suicidios a través del mantenimiento de nuestra respiración y pulso. Así que quiero dormir cinco minutos más. Cinco minutos, y después me levanto.



domingo, 31 de julio de 2011

Algo para un domingo a la noche


Yo no puedo. Miro a todos, pero yo no puedo. Todos hablan, todos ríen, y yo los miro.
Llenas o no, sus vidas se mueven, sus caras expresan, sus movimientos contienen, sus palabras atraen, pero yo no puedo. Salgo a la calle. Mi pelo se mueve en el viento pero no siento el desafiante frío de Julio.  Abrigado o no, sigo en mi silencio. Miro como ríen los chicos, como discuten los mayores, como se abrazan los adolescentes, pero mi indiferencia parece no tener edad. Un abrazo, que de lejos parece tan cálido, es solo un movimiento más que hacen mis manos. La cabeza que descansa sobre mi pecho no tiene cara y no emite calor. Hablo, gritó, pero mis pupilas no se dilatan, mi pulso no acelera, mi respiración sigue igual. Miro a mí alrededor y escucho sonidos, pero yo soy mudo. Odio, amor: gloriosos titanes que salen de las bocas de la gente que me rodea, pero yo solo pronuncio el impotente silencio.
Todos brillan bajo un sol de invierno que parece no alcanzar mi solitario continente. Hasta esos pájaros que viven de migajas parecen cantarle a la vida, pero cuando yo canto mi voz desafina. Las personas que veo en las calles de la fría ciudad caminan buscando alcanzar sus sueños en ese mundo de felicidad que les es tan extraño, y yo deambulo de una orilla a la otra como un océano bajo un tímido viento.
Mi mente me muestra imágenes y me enseña un objetivo, pero mi cuerpo se mantiene parado bajo la sombra de un árbol. Me saco el abrigo ¿Para qué lo necesito? Es solo un peso que no siento, es solo un escudo agujereado. ¿Qué me diferencia a mí de ese saco gris que hace un instante cubría mi espalda? Ambos caemos bajo la mano de otro sin emitir sonido ni expresar dolor.
Una sociedad no puede aceptar a un hombre indiferente. Desde mi niñez aprendí que una mirada expresa un sentimiento, que una respiración da señal de paz y que un apretón de manos viene acompañado de una sonrisa educada y sincera. Pero son solo recuerdos. Algo me fue robado desde entonces; mis sentidos perdieron a su maestro.
Me siento en un banco que se mantiene quieto bajo mi peso. En frente veo una pareja sobre un banco igual, pero bajo esos cuerpos, bajo esas caricias, ese banco parece revivir. Ríe con sus chirridos de acero bajo las risas humanas y cálidas de los enamorados.
Siento un vacío en mi garganta y una levedad incontrolable bajo mis manos. Me levanto y sigo caminando. Mi cuerpo, ese último elemento que todavía era esclavo en mi reino, ahora desobedece mis órdenes y camina por una dirección desconocida.
Mi mente pide llanto, pide sonrisas, los pide a gritos. Mis brazos practican un abrazo frente al frío viento. Todo es en vano. No lo siento.
Corro. Más rápido. Un poco más. Mis piernas se mueven en un círculo vicioso que mis ojos siguen con atención. Más rápido. Una rama en el camino, salto. Más rápido. Una señora me mira con ojos temerosos, yo le respondo con esa sonrisa educada que aprendí cuando todavía no podía hablar. Más rápido.
Finalmente paro. Miro alrededor y no conozco lo que veo. Mi pecho se infla. Siento el sudor sobre mis ojos, por un momento los confundo por lagrimas.
Ya terminó la corrida. No pude escapar. Todos siguen riendo o llorando, y yo sigo mirándolos fijo. Quizás algún día pueda reír con mis compañeros, sentir en mi cara los rastros del último beso de una amante, añorar en invierno el nostálgico calor de un hogar que nunca visité. Pero hoy no. Hoy no puedo.



Los hombres blancos

Hombres blancos, vacios de colores, vacios de ideas, adornan el mundo sin formar parte de él. El sol no imprime sus rayos sobre ellos. La vida no deja sus huellas sobre sus sobretodos blancos. Sus mentes son puros contenedores de lo inmediato. Nada hacen, nada cambian. Nacen blancos y mueren blancos. En sus vidas no sienten el pasar del tiempo. En su sangre llevan el vacio, la oscuridad eterna.
¿Qué peor crimen que atravesar un arroyo sin sentir salpicar las aguas sobre el cuerpo? De todos los humanos ya muertos o aun no nacidos, ¿no es injusto dar este acceso a la abundancia del sol para aquellos que nunca miraran al cielo? La tierra formula infinitas preguntas a las que los hombres blancos ya han contestado en sueños. La blanca verdad, el corazón de todo hombre blanco, es la muerte de cada semilla plantada en la tierra.
Sus miedos no son más que imágenes captadas en el abrir y cerrar de sus blancos ojos. Las sombras manipulan a estos hombres, dejando frente a ellos suficientes imágenes para cada abrir y cerrar del ojo que tengan hasta su muerte.
Y son estos seres, muertos en vida, carentes de color, los que lo dominan todo con su ignorancia. Todo cede ante ellos, y ante ellos todo muere. La vida gira descolorida alrededor de estos hombres. Estos son los hombres blancos! Este es su planeta!, asi seguiran cantando, hasta que olviden sus penas.

sábado, 30 de julio de 2011

No sé

No sé. ¿Porqué tengo que saber?
Me levanto a la mañana sin tiempo para sentir que pienso. Me acuesto sin llegar a nada. Mañana, noche. Así pasa el día; no hay gris ni azul. Me muestran el sol y yo debo esperar a la luna.
Camino y siento que estoy acostado. ¿Es que ya me da igual si me siento o si camino? calor o frío, yo sigo vivo igual.
Prendo la radio y escucho sobre una muerte tan lejana a mi, pero sin embargo siento como los demas ahogan un aullido de dolor. ¿Porqué yo no aullo? Miro el desastre, el llanto, y me atrevo a dudar si las lagrimas realmente contienen todo eso que se perdió.
Yo miro fijo, me callo y escucho.
Sigo acostado, y a mis infinitas preguntas que acechan cada segundo de mi vida les respondo: No sé. Ahora silencio! que mañana tengo que trabajar.